hoy quisera publicar algo un poco personal. el miercoles se fue un grande. y con él muchas otros. y la realidad es que los voy a extrañar. mucho. lo que sigue lo escribio Esteban Seimandi en la pagina de la Metro. y de alguna manera sintetiza lo que muchos sentimos. Hasta SIEMPRE FER! HASTA SIEMPRE PUTO LINDO! Tantos muertos. Ayer murió Fernando Peña. Y hoy me doy cuenta de que en ese mismo día se murieron todos sus personajes. Parece una remembranza pedorra de periodista berreta pero, con Fernando Peña, esas muertes se me hacen muy reales. Le decía hoy a la mañana a mi mujer que la muerte que más me sorprendía era la de Palito. Tan joven. Sabía que estaba diciendo una tontería y que era nada más que un personaje de un actor tremendamente talentoso. Pero de tanto talento, en algún rincón más irracional de mi cerebro, Palito se había muerto en serio. Y Milagros y Sabino y Roberto Flores y Dick Alfredo y Martín Revoira Lynch y la Mega. Y no se imaginan la tristeza que me atrapa ante tantos muertos. Me pregunto cómo fue y creo que a todos les debe llegar la misma respuesta, o alguna que vaya por los suburbios de las mismas ideas: Palito murió en un choreo, en un caso de gatillo fácil. Esa es obvia. Milagros se murió de vieja, nomás. Sabino de la próstata. A Dick Alfredo, el corazón no le dio más, de tanta cocaína y tanto abuso. Roberto seguro tenía alguna complicación del HIV. Revoira Lynch seguro murió de alguna muerte cheta, se desnucó esquiando o algo por el estilo. No puedo imaginar de qué murió la Mega. Quiero pensar cómo hubiese sido el velorio de todos estos muertos si los hubiese organizado Peña. Si él hubiese sido el encargado de hablar de ellos, de recibir a los deudos. Quisiera imaginarlo desaforado y desafiante. Un sacado, como el día de las torres gemelas (fue hace tanto tiempo, recuerden, tanto y más hacía que Peña estaba con nosotros) cuando Fernando no se cansó de joder con el asunto y hacer bromas y poner canciones que decían “Para bailar esto es un bomba”. Eso era enfrentar a la muerte al estilo Peña. Porque, hagamos memoria, después de un tiempo logramos convivir con la cinematográfica destrucción del World Trade Center, pero en ese momento, por unas horas, parecía que comenzaba el apocalipsis. Y Peña se burlaba de eso. Quisiera imaginar a Peña haciendo chistes y cacheteándonos a todos los boludos que lloramos en el velorio. Pero mi hipótesis más probable es que no hubiese sido así. Peña hubiese llorado, hubiese sufrido por dentro y por fuera como alguien común y corriente. Porque Peña se fue haciendo más interesante cuando empezó a aparecer su costado normal. Ahí fue donde me sentí cercano a él. Cuando traspasó el costado de esquizofrénico talentoso, de agresivo y descontrolado y concentró todas sus fuerzas (que, evidentemente, cada vez eran menos y había que encausarlas y usarlas mejor) en su lucha primordial: la batalla contra la estupidez. Y la estupidez es una fuerza tan poderosa que tuvo que subdividir el trabajo en distintos flancos, utilizando un encargado para cada uno: Palito luchaba contra la careteada, contra lo pretencioso. Milagros luchaba contra el mal gusto. Sabino se encargaba de la falta de sentido común. Roberto Flores de la vergüenza boluda. Revoira Lynch luchaba contra la estupidez mediante el absurdo, en una jugada genial, con doble firulete y rol hacia atrás: enfrentaba la estupidez con estupidez y la exponía ante los ojos de todos, diciendo maravillas como que era “Lo más tener a los hijos en un colegio cerrado por gripe porcina”. La Mega también era sutil y genial a la vez: nos mostraba que todos podemos ser boludos y debemos permitirnos esa inevitable dosis de boludez, para poder tomar aire y recomenzar la pelea. Y Dick Alfredo era la fuerza de choque, habría flancos a la estupidez en general, casi siempre entrándole por el lenguaje, por el “hable bien, carajo”. Metía la cuña, debilitaba la estupidez y dejaba entrar a los demás personajes, instrumentos de mayor precisión. Y el personaje Fernando Peña, tan complejo y humano. Adorable y desagradable a la vez, un puto con unos huevos gigantes, como más de un macho argentino hubiese querido tener, conjugando todo dentro de sí, atreviéndose a decir que venía a la radio con pañales porque la quimio era jodida y podía cagarse encima y, al mismo tiempo, dar vuelta esa confesión durísima con alguna frase del tipo “Vergüenza no es ser puto. Más vergüenza es tener un Iphone y usarlo con tarjeta”. El horario de la mañana no me conjugaba con Peña y lo escuchaba salteado, cada tanto, ante la necesidad prosaica de informarme sobre el pronóstico y las tapas de los diarios. Al pedo. Porque como solía decir él, de lo importante uno se entera de todos modos. Yo confiaba en que todos sus personajes iban a estar siempre. Como casi siempre, estaba equivocado.
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Aguante Martin Revoira Lynch!!!
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