El Siguiente relato integra el libro "Nelmater".
Nalmater es un libro peculiar.
En sus páginas descansan historias de autores desconocidos o quizas olvidables. Cuentan que sus historias están plagadas de estériles testimonios de nuestras vidas o mas bien, todo lo contrario.
Para preservar su integridad, el libro posee dos guardianes que ofician las veces de relatores de esas historias, Tangle y Gossamer, dos criaturas espectrales con cara de pocos amigos.
Hay quienes afirman que quien se atreve a leer una historia de ese libro se condenará eternamente a la enajenacion, otros sostienen que eso es solo una falacia y que en sus paginas se encuentra el secreto de la felicidad.
En cambio la mayoria solo atina a desconfiar y alega que es todo un invento de actores mediocres.
Mañana
La mañana estaba calma. La temperatura era de 12 grados. El sol no había salido. Los pájaros cantaban pero a veces. Una brisa viajaba sin destino aparente y cursaba por la ventana del primer piso de un edificio. En la calle, los transeuntes comenzaban a despertar. Una señora se enojaba consigo misma porque se había olvidado su billetera. Un hombre mayor intentaba sin conseguirlo prender su primer cigarrillo matinal. Un adolescente, aun sin levantarse de la cama, se masturbaba frenéticamente. Una madre, aun dormida, preparaba el desayuno a sus hijos. Un policía volvía a su hogar y no dejaba de preguntarse como todos los días porque no dejaba todo y se abría un kiosco. Un escritor escribía la palabra fin en un papel. Y diego se levantaba…
Eras las 6:52 de la mañana. Aun en calzoncillos se sentó en la cama y noto que la ventana estaba entreabierta. Una brisa que viajaba sin destino aparente entro en su habitación, la recorrió y luego volvió a salir retomando su viaje.
Diego cerró la ventana y fue al baño e hizo lo que hace siempre. O mejor dicho, lo que hace todos los días desde que Nora lo dejo. Se lava la cara. Se seca. Y se mira al espejo. Y en ese mirar busca en sus ojos reflejados una salida. Una respuesta. Quizás una revelación.
Diego ama a Nora. Nora ama a otro. Diego muere por Nora. Nora ya olvido a Diego. Diego no existe sin Nora. Nora ya tuvo cuatro novios más.
Diego, con movimientos tenues, casi coreográficos se viste. Se calzó sus viejos y rotos jeans, su remera color violeta y sus zapatillas azules. Sale. Al mundo. Al salvaje y peligroso mundo de la ciudad.
Usa las escaleras.
Ya en la vereda camina con pasos lentos. Casi pegado a la pared. Mira pero no mira. Camina por inercia. Vive por inercia. Sin Nora su vida no tiene sentido. Sin Nora su vida no existe.
Se conocieron hace 4 años. En un parque. El tocaba la guitarra y ella bailaba. El toco un tema que había compuesto. Y ella conmovida comenzó a bailarlo. Y el conmovido comenzó a mejorarlo. Y ella interpretaba sus notas y el interpretaba sus movimientos generando así quizás una única y perfecta sinfonía. No se habían hablado. Quizás no era necesario. Pero el aire se había llenado de una sensación de bienestar quizás semejante al sentimiento que existe en la distancia de una mirada entre un bebe y su madre al amamantarlo. Y en ese instante supieron que se amarían. Pero cometieron el terrible error de pensar que seria para siempre.
Se fueron a vivir juntos. Y Diego componía. Y ella bailaba. O ella bailaba y Diego componía. Y creían alimentar el amor que sentían.
Pero cuatro años es una eternidad para el amor. El hastío cobro protagonismo y las miserias salieron a la luz y al cabo de un tiempo ella lo dejo por un vendedor de seguros.
Y el no lo soporto. Por que su vida era ella. Porque sin ella no existía.
Y es así como divaga por la vida con un mínimo de cordura, la suficiente como para poder respirar.
14 grados. El pronóstico asegura sol. Una brisa sin destino aparente juega un instante con el pelo de Diego y sigue su camino. Los rostros impasibles de la vereda lentamente se van multiplicando. Diego mira uno a uno esos rostros. Busca. Busca el rostro de Nora. Peo no lo encuentra, nunca lo encuentra.
Dos nubes atorrantas se cruzan ante el sol y osan taparlo. Una gota tímida golpea con fuerza la cabeza de Diego. Luego otra. Y miles más se animan. Los rostros en la vereda comienzan a desaparecer. Diego nuevamente va quedando solo. Mira hacia arriba, cierra los ojos y se sumerge en una orgía húmeda y fría. Las gotas empapan su cara. Quizás sean las caricias de Nora que Diego imagina. Quizás, sea apenas uno de los tantos desvaríos que tiene. Pero ese acto. Ese insignificante acto lo disfruta tanto que olvida en ese instante la calle, su vereda y sus rostros.
La mujer no lo vio. Se había olvidado su billetera y buscándola en su cartera choca con Diego. Diego se cae, ella lo mira y sigue su camino. A Diego no le sorprende. Siempre ha sido así. Se ha vuelto casi invisible.
Diego se levanta y al hacerlo se da cuenta que la señora se había olvidado un objeto. Una cadenita. Diego toma en sus manos y observa que se trata de una cruz. La cruz tiene una inscripción escrita en un idioma extraño. Diego no sabia que significaba, sin embargo desde ese momento algo fatídico ocurrió en su vida.
Luego de su caminata Diego Volvió a su departamento. Allí se encontró con Isabel, la dueña del edificio. Diego no la soportaba, sin embargo fiel a su educación se acerca a saludarla.
-Buenos días- dice Diego quedamente.
Isabel lo miró raro. Parecía no comprenderlo.
-perdón joven, lo conozco?- Pregunto Isabel sin detener su marcha.
-yo soy…- quiso decir Diego pero Isabel ya se había ido. “debe estar borracha otra vez” pensó Diego. Eran habituales en ella las resacas etílicas por las mañanas.
Diego se apresuro a su departamento. Hoy precisamente no tenía un buen día. Hacia frío. 16 grados. El sol se había escondido definitivamente. Decidió usar el ascensor. Allí se encontró con Tomas, el inquilino del piso de arriba. Era un joven de 22 años, drogadicto y amante de las fiestas a altas horas de la noche. Diego trato de ignorarlo, pero fue él el que habló.
-vos sos nuevo? Hace mucho que viniste a este departamento?
Diego solo atino a responder con un ¿Qué?, pero ya había llegado a su piso.
-Gusto en conocerte- le grito Tomas.
Diego solo atino a compadecerse del joven.
Entro a su departamento. Tenia que abrir el negocio de venta de instrumentos musicales que tenía. Pero no tenia ganas. Desde que Nora lo dejó casi no iba. El negocio era atendido por su amigo y socio, que se había hecho cargo de todo.
Diego se recostó. Miraba el techo sin ver. Sentía angustia. Se sentía solo. Sentía dolor. Sin embargo las lagrimas habían dejado de salir hacia ya un tiempo.
Se reincorporo y decidió que llamaría a su madre.
Marco el número. En el último tiempo era el único número que marcaba. Ese y el de Nora. Pero Nora había dejado ya de atenderle.
-Hola, diga?- contesto la voz de su madre.
-Hola mamá. Necesito charlar- contestó Diego.
-quien habla? – pregunto su madre en un tono que Diego desconoció totalmente.
-como quien habla, mamá, soy Diego, tu hijo, que te pasa?
-Yo tengo un solo hijo y se llama Mariano. Equivocado señor. – contesto su madre y corto la comunicación.
Diego sintió un nudo en el estomago. A la angustia habitual de sus días, se le sumo la incertidumbre.
Volvió a marcar.
Al atender nuevamente su madre este le reitero el saludo.
Ella nuevamente contesto evasivamente.
-lo siento señor, debe estar equivocado. Disculpe.
Corto.
Diego comenzó a desesperarse.
Llamó al negocio y al atender su socio lo interrogo efusivamente.
-Pedro, soy yo Diego. Vos me conoces, no? Sabes quien soy?
Su socio contestó en forma negativa.
-quien habla? No conozco ningún Diego. Discúlpeme. Tengo mucho trabajo.
Diego cortó y comenzó a llamar a cada uno de los contactos que figuraban en su agenda.
El resultado fue devastador. Nadie conocía ningún Diego. Nadie sabia siquiera de su existencia.
Amigos, parientes, ex novias.
Nadie.
Es como si de repente su nombre se hubiera esfumado. Su pasado. Su presente hubiera desaparecido.
-Debe ser un sueño. Un mal sueño. – pensó,
Se vistió nuevamente y salio a la calle.
Se acerco al kiosco de la esquina, al almacenero, al video club.
Nadie lo conocía. Nadie lo recodaba.
Visito su ex escuela, ex compañeros del colegio. Su antiguo trabajo. Su club. Todos coincidían en una afirmación. Jamás habían visto y ni siquiera oído el nombre de Diego Ledesma.
Diego continuó el resto de las horas que quedaban de ese fatídico día interrogando y buscando una respuesta esperanzadora. Pero no llego.
Nadie conocía a Diego. Nadie.
A caer la noche, el cansancio y quizás también la tristeza hizo que Diego se durmiera enseguida.
Al amanecer, Diego se despertó apesadumbrado, pero decidido a confirmar la terrible fatalidad de su sueño.
Abrió la ventana de su departamento y en perfecto acento barrial grito al vecino de enfrente.
-hey, don Chiche, puede decirme quien soy?
-un sinvergüenza que no deja dormir a sus vecinos.- contesto su vecino de años.
Diego se volvió a acostar. No tenia sentido levantarse si no existe.
Los días siguientes continuaron de la misma manera. Mientras mas se contactaba con personas que de alguna u otra manera se habían cruzado con él, más terrible y macabra era la confirmación de esa extraña maldición que poseía.
Sin embargo, a lo largo de las semanas, Diego fue conociendo los detalles de tal maldición.
Por ejemplo, que los días jueves la gente no solo no lo conocía si no que lo echaban a escobazos si se lo cruzaban, o que las facturas del gas no venían a su nombre si no que decían “al pibe que vive en 2 c”.
Pero lo que lo conecto con el espanto es que no solo la gente que conoció toda la vida lo desconocía, si no que los nuevos encuentros, las nuevas relaciones, solo duraban 24 horas, es decir, que de nada servia que hoy conociera la mujer mas hermosa del universo, ya que al día siguiente ella se olvidaría completamente de su persona y cortaría el teléfono con amenazantes vociferaciones.
A la angustia inicial, Diego le sumó la duda. Su mente se lleno de interrogantes.
Existe realmente alguien que nadie conoce?
Existe realmente alguien si nadie confirma su existencia?
Tiene sentido relacionarse con alguien que al día siguiente nos va a ignorar?
Pasaron los días y pasaron las semanas, los meses.
Diego aprendió a convivir con su maldición.
Todos los días debía firmar un contrato de alquiler para su departamento.
Todos los días, debía solicitar empleo en el supermercado chino de la esquina de su casa.
Todos los días se anotaba en el mismo curso de teatro. Y pagaba la matricula.
Su vida amorosa se lleno de mujeres de una noche, no por atorrante, si no más bien comodidad.
Con el tiempo aprendió a mentir. inundo a todas sus efímeras amistades con innumerables promesas tan fantásticas como imposibles. “mañana te regalo un auto” “te amare por toda la eternidad” “mañana te pago” “si me presentas a tu hermana mañana te presento a la mía”.
Sin embargo, cada noche, Diego se hundía nuevamente en su única e imperturbable soledad.
Una tarde, sentado en una plaza la conoció. Su nombre es Estela. Le impacto su belleza, pero lo que lo enamoró fue su risa. Una risa única, contagiosa, esas que te envuelven, te encienden.
Ella bailaba, el tocaba la guitarra.
Y por esas cosas de la vida, esas casualidades que solo el poseedor del secreto de la vida conoce, sus miradas se cruzaron. Ella sonrió. Y Diego también.
Hablaron durante toda la tarde. Rieron hasta llorar. Ella le enseño a bailar sin éxito alguno y el hizo lo mismo con la guitarra. Se contaron secretos verdaderos y de los otros. Se ruborizaron ante el primer beso. Y se prometieron amor eterno ante los siguientes.
Por un instante Diego olvido la maldición.
Por un instante, a Diego no le importo no existir para nadie.
Pero la noche cayó.
Y mientras la besaba, de refilón, él observo que ella estaba feliz.
Y fue ahí que se dio cuenta.
Primero: que se había enamorado de ella.
Segundo: que maldecía su suerte.
Se despidieron con un beso cuasi eterno plagado de promesas.
Al día siguiente Diego sufría por amor.
El recuerdo de Estela lo perturbaba.
A veces, se escondía detrás de un árbol y la espiaba. Quería ver su sonrisa. Pero eso ya no pasaba.
Quiso acercársele nuevamente, pero no tenia sentido. Si al día siguiente lo olvidaría.
Sin embargo él, Nunca más la olvidó.
Estela sufría por amor. Añoraba los besos de Diego.
Pero aun así nunca espero su llamado. Sabía que eso no iba a pasar.
Porque desde hacia meses una extraña maldición hacia que nadie pudiera recordarla al día siguiente.
FIN
Autor: Juan Alberto Rolón
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